Wednesday, August 16, 2006

UNA SOCIOLOGIA INEDITA


Claudio Herrera

Se puede iniciar una reflexión del estado de cosas que atañen a la producción artística diciendo con plena certeza que no ha existido en el campo del mercado de la sociología académica, una regularidad analítica llamada “sociología del arte”. Digo esto como primera cosa, pues el arte no se ubicaría aun en el terreno de la sociología, como un efecto de los beneficios políticos. Habrá que esperar una buena cantidad de tiempo y observar si este orden del discurso puede ser solventado desde su aplicación política –que es el lugar desde donde hoy se constituye la sociología en Chile. A mi entender, la sociología en cuanto disciplina científica sirve hoy para satisfacer una demanda y una oferta puramente partidaria, militante y ministerial. Muchas investigaciones sociales me parecen lisa y llanamente un cuento. ¿A que ministerio o a que partido político puede interesarles hoy una sociología del arte? No obstante, la sociología de la pobreza, de la educación, de la planificación social y urbana, de los grupos sociales y del sistema de partidos si tienen ese excedente comprensivo que las hace hoy atractivas e instrumentales por fuera y dentro del Estado. Una sociología del arte proviene hoy de una planificación universitaria, de may sus sentidos y sus objetivos.

Repito: la sociología del arte ¿a quien le puede importar?, ¿que dividendos políticos o disciplinares puede dar hoy, donde la modernidad del arte aun no ocurre satisfactoriamente?, ¿hay en el arte una economía en disputa como si la hay en otras “áreas técnicas” de la sociología? Los fondos para desarrollar una sociología del arte son básicamente escuetos y periféricos, por no decir miserables. Sabemos bien a donde van los recursos, a que tipo de investigaciones e investigadores. Ellos, si quieren, pueden producir una “sociología del arte” desde dentro, desde un andamiaje institucional, sin embargo, hoy mas precavido y normativizado que nunca.

Bourdieu llamo a esta casta privilegiada de intelectuales “nobleza de estado”. No es de extrañar, que una “sociología del arte” hoy en Chile, deba pasar primeramente por una imposibilidad crítica. Seria entonces una sociología de efectos predecibles a modo de generalizar un habitus ya consabido. El compromiso militante de los estudios sociológicos impedirá de base cualquier garantía epistemológica. El estilo intelectual que hoy predomina se complace de un subjetivismo ideológico que ve al análisis empírico como ejercicio disciplinar de invariantes bastante consabidas. Por lo demás, los sociólogos “ingresan” al mundo del arte con un esquematismo metodológico que poco les sirve para entender lo estético en un mundo social de clases, modas, y diversas formas de trabajo asalariado que no son las comunes. Seria bueno, de una vez por todas, resaltar las fracturas introducidas por el sistema cultural predominante; discurrir críticamente sobre los flujos simbólicos que desde el poder se reproducen como alineación y pauperización en el arte y la cultura artística. La objetividad critica del investigador esta hoy más en cuestión. Campo artístico y campo intelectual comparten unas regularidades políticas de largo alcance.

Seria por ello prudente estudiar las formas de dominación y legitimación que se provee el Gobierno con los artistas. No se critica y menos se sospecha de la entidad que otorga año tras año unas sumas de dinero a repartir entre el campo artístico. Quienes hayan sido favorecidos monetariamente por el FONDART, no dudaran de justificarlo ideológicamente y alabaran las condiciones de su existencia.

El habitus de los artistas –aquella instancia mediadora entre las estructuras objetivas y la conciencia subjetiva- nos hace inteligible la predominancia de un modelo cultural colapsado por sus desequilibrios de clase. El arte no es para todos. El artista –comparte por lo general- la doxa de una ideología neoliberal. Investigadores e investigados comparten un ethos social de clase engendrado por una común experiencia histórica. Lo objetivamente posible –que siempre es muy poco en estos actores- les lleva a ver el mundo como un ejercicio de generalizaciones.

Una reflexión necesaria: un ejemplo.


En amplios sectores urbanos de Santiago, en los pauperizados extrarradios, las poblaciones rezagadas de la paradójica modernidad económica no es posible llevar a cabo un instrumento maestral o de análisis empírico de carácter sociológico para medir adquisiciones o habitus. Por ejemplo, no puede allí preguntarse acerca de las vivencias artísticas de tipo museal o galeristico. Quien haga tal empeño es un esencialista metodológico. Una sociología del arte podría solo acechar comprensivamente en los regimenes cultos de las clases acomodadas. Seria antes que nada una Sociología de las clases sociales en donde la historia o vivencia del arte seria una variable para conocer ¿el habitus?, ¿la distinción? La miseria social de un país se puede leer por la miseria económica de sus instituciones culturales, museísticas. Sin esparcimiento, sin infraestructura cultural; espacios y sujetos relegados a la mayor de las miserias cotidianas conocen la palabra cultura en tanto imagen exótica y abstracta de ¿un lugar anterior? ¿Mantenimiento del orden social? Lógica de la exclusión agudizada en estos muertos años de democracia. Como dice Loic Wacquant: “se actúa en un complejo comercial carcelario asistencial, punta de lanza del Estado Liberal paternalista naciente”. En las poblaciones marginales de Santiago, el sujeto popular es síntoma de una paranoia productiva y social. ¿Por qué no se desarrollan infraestructuras culturales dignas en poblaciones como La Victoria o La Legua?, ¿es un arrebato idear esto? Por cierto que es un sinsentido dentro de la actuación político partidista, es una ficción dentro de su imperturbable imperio. Hablar de esta miseria cultural en los márgenes de la ciudad es resituar el estado de la política militante en estos confines. Municipios, concejales, directores de cultura y deporte. Una institucionalidad vacía. La clase política que allí prevalece administrando el cansancio de los actores sociales ha optado por la servidumbre y la ficción del poder. Así, el ámbito de las necesidades sujetales queda relegado al dominio comunicacional de los partidos. A estos agentes militantes, parásitos incólumes de una mala vida orgánica no se les puede exigir la transformación de las condiciones culturales en esos sectores tan pauperizados. Uno no deja de preguntarse: ¿porque tal cantidad de violencia arrojada desde el poder a estos espacios sociales hoy agonizantes y antes heroicos? Una suerte de venganza y castigo cae sobre unos barrios que son guetos. Allí dentro no puede haber sociología del arte.

¿Es posible autogestionar en estas poblaciones centros culturales con programaciones adecuadas? Me refiero a una biblioteca, una galería, un cine. Con eso estaríamos en otro estadio de la producción social, estaríamos al otro lado de la investigación social. Imposible hoy, pues esos territorios son los lugares de la lucha anodina y sin resultados de las “diferencias programáticas” que inventa el partidismo reformista. Una pugna artificial que desmantela todo horizonte.

Insisto en este punto: la dimensión militante y partidista del poder cultural impacta negativamente sobre la realidad colectiva social. Impacta incluso en la estructura de la “alta cultura”. Allí la actividad artística se homologa al teatro capitalista del insumo y consumo clasista El habitus artístico de la “clase obrera” será –por efecto de esta historia- un cúmulo de alienaciones políticas y mediáticas. Recordemos que las encuestas son el instrumento para medir la ignorancia colectiva. Ya lo decía Adorno en Estados Unidos apenas llegado de Alemania. ¿Sociología del arte? Para ser creíble, ésta debe analizar y describir lo que es necesario hacer circular. ¿Como reconstruir el suelo cultural hoy tan desmantelado, entender sus fisuras y sus discontinuidades agudizadas por la estructura capitalista?, ¿como vivir el dominio de la privación en todos sus ámbitos? Imponerse del estado desastroso en que se encuentran las ¿bibliotecas municipales?, ¿los cines comunales?, ¿las galerías barriales? Pienso que el discurso sociológico del arte –si es que lo hay- carece de objetividad y necesareidad; analiza desde muy lejos lo que es materialmente confuso. Mas bien observo una función académica, aquella que tan bien se comporta en los espacios de poder, y que busca si o si, su legitimidad asalariada. Pues, lo que impera en esta rama del discurso científico, es una morfología aun positivista y objetivista. No puede ser de otra manera, hoy en el encuadre ideológico del intelectualismo reformista. La sociología estaría aun infectada de topologías duras que examinan situaciones de connivencia institucional. De tal modo, la lógica de los privilegiados y los excluidos se refuerza de manera innegable en el ámbito de la producción cultural. Por ello, la búsqueda del objetivismo es una ficción adecuada que comparten investigadores e investigados de una misma clase. Eso los sociólogos lo saben. Una especie de anécdota exótica se desplaza inmanente entre estas complicidades actuadas en el no-lugar de la cultura.

Es fácil para las ciencias sociales imbuidas de militantismo, el ignorar las reales condiciones de vida del sujeto “analizado”. Es fácil también instituir modelos abstractos que solo sirven para generar un intelectualismo de salón. En el mundo del arte sobreviven aun hoy unas relaciones familiares subsumidas en la reproducción de unos vínculos de parentesco ligados al poder político y empresarial; espacios donde prima la tradición y los ciclos de reciprocidad asociados a la búsqueda del prestigio profesional. Solidaridad mecánica en los lugares de la reproducción filial que ven en la práctica del arte, una conmoción estética sin reales efectos. El arte es aquí una situación de excepcionalidad simbólica que se acepta por incauta.

No estamos en los años 20 en Europa, en Berlín o Moscú, ni tampoco en los mitológicos años sesenta en Estados Unidos, Italia o Alemania. Pues bien, nuestra época nos determina pasivamente; un lugar y un estado de cosas donde –por ejemplo- la banalizacion del arte impera como moda legitimada en variados discursos del arte. Este tiempo contemporáneo del arte y la cultura ha sido formalizado por una comunicación insólita, descontextualizadora. En ese clima de sentidos difusos la sociología del arte no será otra cosa que un artefacto formalista y recursivo para ser solo emplazado en la academia. O mejor dicho: ¿es posible una sociología crítica del arte dentro de estos espacios académicos legitimados por sus pares intelectuales? Quienes hacen sociología del arte desde un poder institucional, solo pueden hacerlo a la medida de unas condiciones culturales lamentables. Y hablar de esta inacción cultural, implicaría rápidamente hablar de clase política, de militantismo, de intelectuales cooptados, de la incompetencia estructural del poder; cosas que, por lo general, se omiten. Es necesario empezar a decir las cosas como son en el arte y la política.


Termino este texto con un breve relato de la reproducción académica que atañe a las artes visuales. Partiré entonces por un breve relato que atañe a las artes visuales chilenas contemporáneas. Diré que estas tienen regimenes políticos de diversa índole. Hay dos mercados que se traslapan y se dicotomizan de manera paradójica: uno es el mercado universitario, el otro es el galeristico. Partiré por decir algunas cosas del primero; del segundo no hablare. El régimen universitario del arte esta dotado de una política gremial, estilística y discursiva que genera grandes expectativas en el mundo intelectual. (Los intelectuales validan y legitiman lo que hoy sale en Artes y Letras, no olvidemos eso) Define este mercado unas competencias teóricas por lo general autorreferentes y ensimismadas, a veces tautológicas y esencialistas. Están los llamados conceptuales, los figurativos, los privilegiados, los historicistas. Dentro de una escuela de arte deambulan sujetos que portan sobre si, unas trayectorias sociales y económicas que por lo general son hoy un privilegio impresionista. Si el Nóbel artista proviene de un lugar social dominante y lleno de privilegios académicos y económicos, tendrá si o si, un plusvalor simbólico dentro de la escuela. Ocurre esto en Chile como en cualquier otro país “secularizado”. Es una ley social dentro del arte. Este artista tendrá la mirada oficiosa y grandilocuente de sus profesores que verán en el un dispositivo de ascenso social. La práctica del arte en estas conservadoras y extraviadas escuelas del arte propicia una suerte de darwinismo social cuyas coordenadas más visibles son el arribismo, el clasismo y los prejuicios raciales. Es solo imaginar la “inserción” de un joven estudiante “que proviene de ningún sitio social” en las aulas y los patios de las escuelas de arte de la Universidad Católica o de la Universidad Finis Térrae para entender la meritocracia, el desdén, la estigmatización. Hoy por hoy, que es tan recurrente promover nuevos artistas para no se muy bien que fines, queda en evidencia muchas veces que las obras no son lo fundamental. Más importante para efectos de la circulación artística serán pues, las amistades desarrolladas al interior de estas escuelas. La sumisión emocional hacia el profesor será entonces una variable para reconocer el caudillismo pedagógico. Por lo general, son los profesores quienes eligen a sus prometidos y protegidos. Él evaluara por simpatías o simples conveniencias, la amistad a desarrollar, que por cierto variara, según los complejos estados emocionales que se viven en la rutina universitaria.

El joven alumno tendrá entonces que vérselas con una personalidad compleja,insegura y a veces fastidiarte. La tensión descrita por esa necesaria dependencia entre profesor y alumno, será –por lo general- enfatizada por quien tiene las riendas de los ascensos, las circulaciones y las mediatizaciones convenidas. Es allí donde se inicia esa ética tan extendida y tan visible en un gran número de artistas jóvenes, que por cierto, son muy ingenuos. La meritocracia seria pues el método de acción en que si o si, emergen “los buenos artistas”. Es necesario hablar de estas condiciones sociales del mercado universitario, pues, es evidente que aquí surgen los “primeros síntomas” para una sociología del campo artístico.

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